En la mente de Martha Elena Hoyos García no hay espacio para el olvido. Su memoria está
impregnada de un femenino primordial que no se agota, ni se relega, sino que aviva sus
motivaciones y la invita a reinterpretarse a partir del arte, la música y la cultura.
Su entorno vital es como un libro inconcluso en el que a diario escribe una nueva página. En ese
mundo está el llamado a escena de la artista que ofrenda permanentemente el cambio y la
transformación de las mujeres.
En sus imágenes está el camino de vuelta a casa, a las raíces, al espíritu lúdico que le otorgaron
como regalo divino sus ancestros: un bisabuelo coplero, una bisabuela tejedora de sombreros de
iraca, una abuela que recitaba sonetos; y el gran abuelo Miguel, un tiplista que en las vacaciones
de niña le enseñó los primeros acordes, sobre todo el zurrungueo del bambuco y el pasillo.
Ahí nació la vena artística de una mujer que ha construido un camino sonoro, de cantos colectivos
y sanadores. La hija del Quindío que, con 59 años, ha entregado la mitad de su vida a la música, la
interpretación, la composición, la poesía, la gestión y la investigación culturales.
Su primer profesor de antropología fue su padre, Alfonso Hoyos Gómez. Aunque no era músico,
fomentó en casa todo el ambiente para que desde niña conociera el folclore y las expresiones
tradicionales de los pueblos. Creció rodeada de libros y de discos de Atahualpa Yupanqui, música
cuyana, ecuatoriana, mexicana.
Sumado al respeto por las etnias, estaba el cariño y la visión de su madre, Dorita García Villegas,
una maestra de vida, una mujer creativa, compositora, gestora, una servidora del arte.
A los cuatro años Martha Elena ya cantaba Pueblito viejo, a beneficio de obras sociales; a los siete
empezó a tocar la guitarra; en la adolescencia se enamoró del repertorio de Mercedes Sosa; a los
21 años concursó en el Festival del Mono Núñez; a los 23 fue Directora de Cultura, Artesanía y
Turismo del Quindío, y a los 25 Directora Nacional de Funmúsica y del Festival Mono Núñez,
organización a la que estuvo vinculada por décadas.
El tiempo corre. En 2022 Martha Elena cumple 30 años de vida discográfica, y también de ser la
publicista de profesión y la mujer que se atreve, crea, construye; el alma primitiva inventora que
hace posible el acto creativo.
Es una mujer decidida y directa, sensible y cercana a la comunidad, que no para en la intención de
viajar por América haciendo investigación cultural de las raíces folclóricas, de ese llamado a
conocer el hilo de los cantos y a escudriñar las expresiones ancestrales de un territorio profundo,
en un trabajo etnográfico que a la vez la inspira y le permite escuchar las voces que la habitan.
Es la madre de Lucía y la esposa de Jaime Patiño Santa, sus cómplices y coequiperos en esta
aventura de sembrar cada día en tierra fértil la semilla cultural; una cofradía que entiende el arte
como un acto ético a través del cual se protege el sentido de la dignidad del espíritu humano.
Pregonera de la música y el folclore
En tres décadas de vitalidad y de juntanza con mujeres y comunidades, su balance es el de la
gratitud. Siente que el camino sonoro de la vida le ha entregado una llavecita de oro para ingresar
al universo sagrado de los saberes ancestrales.
Para ella ha sido un viaje, una experiencia transformadora que le ha permitido tejer relaciones
humanas, discos, canciones patrimoniales unidas al ejercicio de la imaginación, la gestión cultural
y los proyectos, como el de Agenda Mujer Colombia, y el de Mayra, la caricatura y personaje
femenino que nació en 1995, con citas para alimentar el alma.
En la mente de Martha Elena no hay espacio para el olvido. Su intuición, percepción y sabiduría
son tan veloces como un rayo, y tan emotivas como si fuera la huésped sin sombra de los versos
de Meira Delmar, una de sus poetas favoritas:
«Término de mí misma, me rodeo
con el anillo cegador del canto.
Vana marea de pasión y llanto
en mí naufraga cuanto miro y creo».